Luego de superar los
tópicos racionalistas, las finanzas del
comportamiento han escalado a su auge y se ha n implantado en la conciencia
de un cuantioso número de personas. Existe una tendencia a aceptar las capacidades
humanas que no brotan de las decisiones lógicas. Aunque este tipo de actuación lleve
a más de una reincidencia en los viejos errores, existe una tendencia innegable
en los comportamientos «no racionales» de las multitudes que hacen que uno se
cuestione seriamente el no dar importancia a esa parte de nuestra propia
naturaleza que nos ha acompañado desde el principio de los tiempos.
En la opinión popular
se manifiesta con verdaderos ímpetus la idea de que existe una cosa que puede
denominarse sabiduría de las masas;
que, después de todo, puede que tal concepto sea verdadero bajo ciertas
condiciones. Lo cierto es que hoy en día la gente se ha sumergido por completo
en el vasto océano de artilugios y mecanismos electrónicos, algoritmos de
cálculo y todo tipo de herramientas que expanden sus posibilidades naturales. Esto
no significa que el comportamiento del mercado se pueda prever sin márgenes de
error, aunque cada vez esta afirmación parezca negar las evidencias.
Tanto si consideramos
a individuos solos o a pequeños grupos tomando decisiones de compra y venta, se
considera que lo hacen, de alguna manera, en conjunto. Este mundo, luego de
haber trascendido las barreras de la característica innata de la socialización
humana, se ha tornado en un lugar en el que las organizaciones interactúan
entre ellas, magnificando el sempiterno instintivo comportamiento humano. Concentraremos
nuestros esfuerzos en la esfera de la inversión, aunque el comportamiento
decisorio grupal se haga manifiesto en todas las ramas que tengan que ver con
los hombres que pueblan este vasto territorio mundial.
Es importante entender
que se debe tener dominio de las finanzas de la organización tanto como de las
finanzas del comportamiento, ya que de ello dependerá, en gran medida, el auge
o el desplome del diligente bregar por el difícil sendero de la economía. Casi no se toma importancia a este aspecto
de las finanzas, su comprensión todavía divaga por las penumbras de lo
esotérico. Saber que es necesario es necesario este conocimiento es el primer
paso por el carril del progreso.
Todo camino tiene un
comienzo y uno de los mejores comienzos a este conocimiento se puede adquirir
gracias a un artículo desarrollado en la Harvard Business Review, elaborado por
Sunstein y Reid Hastie. En él se brinda, en forma de resumen, la parafernalia
de barreras y obstáculos que se habrán de superar, siempre y cuando se actúe en
conjunto.
Al recorrer sus líneas
y páginas, bien se haría en imaginar a las organizaciones diseccionadas desde sus
frágiles cavidades internas. De este modo, un mortal común y alguno no tanto, se
daría con la sorpresa de que su visión externa de las organizaciones poco tenía
que ver con la realidad que ellas expresaban desde su seno más profundo. La
dinámica interpersonal esboza un panorama en el que los grandes expertos, los
gurús de toda la vida, se ven expuestos en sus falencias, en sus deficiencias
más notorias, a las que, por alguna razón, todos se cegaban. Bien perfilados
propietarios de activos, renombradas empresas de asesoramiento, gestores
expertos, nada escapa a la corriente que arrastra todo lo artificialmente
sostenido. Nadie, ni los más grandes tomadores de decisiones escapan a la
acusación de estar haciendo mal las cosas.
En el mencionado
artículo se enfatiza en que los grupos, mediante un efecto de resonancia,
magnifican los errores de sus miembros, sin darse un respiro para corregirlos. Los
efectos en dominó de estos hechos se tornan en acontecimientos que no hacen más
que hacer eco de las primeras voces. También, en las deliberaciones,
discusiones y conversaciones, los grupos actúan con una polaridad bien
pronunciada, tanto que no sería común advertir en un individuo que se moviera
fuera de él, hasta que se integrara en uno. Los grupos se enraízan en los conocimientos
que previamente se han difundido de manera general y que, debido a esta
difusión, se asumen como inamovibles y certeras.
Estos hechos se hacen
presentes, al igual que en cualquier otro ámbito, en el comportamiento de
inversión financiera. La razón de que esto ocurra así, según los autores del
artículo, es que los grupos definen señales informativas difusas y aceptan sin
cuestionamientos la voz que proviene de quien tiene una bien granjeada
reputación.
Por supuesto, el
artículo está orientado más a la utilidad que se puede sacar de este
conocimiento. Servirá como marco que encauce los esfuerzos por rentabilizar las
inversiones en base a un trabajo conjunto, que, por ser incipiente, todavía no
está bien definido cómo debería realizarse. Aunque esta información por sí
misma ya tiene un gran valor y le corresponde a usted decidir la forma en que
debería ser utilizada.